Mayo de 2011.
Debo confesar que en las semanas que siguieron al resultado positivo me volví un ser absolutamente escatológico. Si alguien es impresionable les recomendaría que dejen de leer en este preciso momento. Pero saben que yo no tengo pelos en la lengua y me gusta contar las cosas como son. Si señores. El embarazo no es un período idílico en el que todo es maravilloso. O sí lo es, pero no solo eso. También tiene un lado oscuro.
Para empezar las náuseas estuvieron presentes hasta casi el último día del tercer mes, y aún ahora de vez en cuando reaparecen. Pero además de las náuseas está la acidez. La vida ya no es como antes. Ya no puedo comer lo que quiero, cuando quiero. Tengo que comer algo a cada rato para evitar las náuseas, y las comidas demasiado grasosas, o picantes, o el café fuerte están casi prohibidos. Una noche terminé tarde de trabajar con mucha hambre y sin ganas de cocinar. Le propuse a G. pasar por la parrillita de la otra cuadra, esa que tiene mesitas en la calle, a comer un choripan. No sé porqué me tentaba, nunca fui fanática del choripan, pero era algo rápido y tenía un hambre de esas en las que hay que comer algo ya. Grave error. Esa noche casi no pude dormir. Me daba vueltas en la cama, me faltaba el aire y tenía una acidez insoportable. Y cuando finalmente logré dormirme soñé que me sentaba ante un gigantesco plato de ravioles. Por suerte el obstetra me permitió tomar antiácidos, pero la verdad es que no ayudan demasiado ¡y eso que nunca en mi vida tuve acidez! Ahora hay que prestar suma atención a todo lo que entra en nuestro cuerpo. ¡Y a lo que sale! Los gases son una constante, así que cuando no me estoy tirando pedos, estoy eructando, y hasta a veces las dos cosas al mismo tiempo. ¡Si, si, qué lindo! ¿No? No sé como G. me soporta, pobrecito. Aunque… bueno, al fin él tiene cierta responsabilidad en el asunto. Por suerte no me constipé, como dicen que le pasa a la mayoría de las embarazadas en el primer trimestre. ¡Menos mal! ¡Solo eso me faltaba! No tolero la ropa ajustada, los corpiños me apretan y me empieza a faltar un poco el aire, de a ratos. Subir una escalera se ha vuelto una meta casi imposible y tengo que hacer varias paradas en el medio. Además de todo esto tengo sueño casi todo el tiempo, y apenas tengo un rato para descansar, menos que menos para dormirme una siestita! Y como si esto fuera poco me hago pis. Todo el tiempo. A cada rato. Andá a explicarle a mi cuerpo que cuando estoy en la estación constitución esperando el tren no hay manera de ir al baño. Hay que aguantarse. ¡Y olvidate de volver a dormir una noche de corrido! Me levanto una, dos y hasta tres veces por noche a hacer pis. Nunca en mi vida me había pasado (bueno, salvo alguna vez que me fui a dormir tras una intoxicación severa con alcohol…) Y por supuesto, no se puede tomar alcohol, ni fumar sustancias ilícitas. No es que lo hiciera muy a menudo, pero de vez en cuando con G. nos hacíamos unos brownies de esos “especiales” y nos moríamos de risa una tarde completa. No más. Prohibido. Y ni sueñes con tomar alguna medicación. Si te duele la cabeza: Paracetamol. ¡Paracetamol! Si eso es como tomarse un vaso de agua en ayunas. No hace absolutamente nada. Si tenés una contractura en el cuello de esas como las que suelo tener yo, jodete! Bancatela, olvidate de tomar Ibuprofeno, menos que menos Diclofenac. A lo sumo una ducha calentita, unos masajes y a la cama.
Todo sea por el mañosito….