15 de octubre de 2011

Ciento cuarenta.

 Agosto de 2011.
Por suerte habíamos arreglado una segunda visita. Era una casita con patio y terraza a pocas cuadras del centro y un par más de la estación del tren. Salimos para allá y durante todo el camino yo no podía parar de putear a la vieja de la inmobiliaria. Estaba indignada. Mi Madre trataba de tranquilizarme, supongo que porque estaba más preocupada de que el enojo le hiciera mal al bebé que por mí.
Llegamos hasta la casita un rato antes del horario acordado con la otra inmobiliaria, así que teníamos que hacer tiempo. Recorrimos un poco la zona. La cara de culo de G. era indisimulable, y no podia dejar de hacer comentarios sarcásticos acerca de la gente que elegía vivir en esa zona. Era un día de sol hermoso, y el barrio estaba tranquilo, se escuchaban los pajaritos. Caminamos un rato más, parando a preguntar en todas las inmobiliarias que nos cruzábamos por el camino, pero no había caso, siempre la misma respuesta: nada. Volvimos a la puerta de la casa y nos encontramos con el Sr. de la inmobiliaria. Nos abrió la puerta y pasamos a ver la casa. Tenía un frente muy lindo, con un patiecito mínimo y dos entradas. Una deba a la cocina y la otra al living. Entramos por la cocina. Parecía una cocina que se hubiera quedado detenida en los sesenta. Muebles viejos y feos, pero recien pintaditos. Todo en tonos de amarillo y gris (puaj). A pesar del sol hermoso que había afuera el Sr. no se molestó en abrir las persianas, así que todo se veía oscuro y frío. Pasamos de largo y vimos un bañito bastante descuidado, el lavadero y la salida al patio. Del otro lado la cochera, y un living enorme dividido en dos…
-Acá podrías poner el consultorio…
Decía G. Mientras señalaba una de las partes del living, que se separaba del comedor con una puerta.
-Pero ésta es la parte más linda de la casa ¿La vas a cerrar para hacer el living?
Opinaba Mi Madre. Yo muda. Seguía mirando, y lo único que veía era un piso de baldosas feas y viejas, marrones, como de patio, las paredes pintadas de gris oscuro, el frío que sentía de estar ahí adentro. Lo oscuro que era. Claro que estaba todo cerrado. Con las ventanas abiertas debía de ser muy luminoso. Seguimos caminando y pasamos a un pasillo. A la izquierda un baño, muy antiguo y bastante feo, en tonos de verde y blanco. No era lindo pero zafaba. Al menos era grande. Después tres habitaciones, una grande y dos más chicas, todas con las mismas baldosas feas y el mismo gris triste y oscuro.
-Acá podés poner el consultorio y acá la habitación del bebé.
Insistía mi madre. Pero yo no me veía viviendo ahí. Solo veía el frío de las paredes, el horror de esas lámparas de bronce antiguas, con esos apliques de pared que parecían de la casa de una abuela.
-Como ven está todo recién pintado.
Dijo el Sr. de la inmobiliaria. Y yo pensaba –podrían haber elegido un color más cálido. Ahora no da volver a pintar-. Toqué las paredes y las sentí frías, casi húmedas. Salimos al patio. Era un patiecito de cemento, largo, iba desde el lavadero hasta atrás de los dormitorios y terminaba en una escalerita que subía a la terraza. Había además un cuartito de servicio poco más grande que la cucha de un perro.
-Me lo imagino al gordo con el triciclo, jugando por acá.
Comentaba Mi Madre. Pero yo no me lo imaginaba. Subimos a la terraza. Al fin vi algo de sol y calidez. La terraza era hermosa, grande, recien pintada, con las paredes blancas. Fue lo único que me pude imaginar. Unas plantas por acá, una parrilla por allá, una mesa con sillas en el medio. Pero en el resto de la casa no me veía. La sentía demasiado grande, demasiado fría. ¿Cómo iba a hacer sola todo el día con un bebé, mientras G. trabajaba en capital? ¿Y cómo iba a limpiar toda esa casota yo sola? ¿El patio, la terraza, barrer la vereda? De sólo pensarlo el corazón se me  estrujaba y me moría de la angustia. Mientras tanto G. y Mi Madre seguían mirando entusiasmados pensando en poner esto allá y lo otro acá. Yo solo pensaba que para llenar esa casota íbamos a tener que comprar un millón de muebles con plata que no teníamos, que el alquiler estaba un poco más caro de lo que podíamos pagar, y que si además tenía que pagarle a alguien para que me ayudara con el bebé y con la casa no llegábamos ni en pedo.
Pero seguía callada.
Mi Madre hablaba en la cocina con el Sr. de la Inmobiliaria y yo seguía mirando la casa, muda.
Al fin salimos. Volvimos a la calle donde el calorcito del sol me devolvió un poco la tranquilidad. Mientras G. y Mi Madre hablaban de llevar una reserva yo solo podía pensar en el alivio de haber salido finalmente de ahí. No había chance. No me imaginaba una vida alegre ahí, me parecía un lugar enorme, vacío, frío y oscuro. Imposible de llenar con un poco de calorcito humano. Pero me moría de la angustia pensando en lo difícil que había sido, después de un largo mes de buscar y buscar, conseguir un lugar que se pudiera ver, que estuviera disponible, bien ubicado y en condiciones. ¿Y si no conseguía otra cosa y la panza seguía creciendo? ¿Y si se alquilaba y yo me arrepentía? Mi cabeza no paraba de pensar, pensar y pensar. Y escucharlos a G. y Mi Madre tan entusiasmados solo me angustiaba más y más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sacate las ganas y decilo...