5 de julio de 2014

De parto (IV)

Cuando las contracciones ya eran cada cuatro o cinco minutos decidimos llamar al maldito remis. G. seguía puteando y protestando por su maldito IPhone, yo empezaba a enojarme porque estaba más preocupado por ese aparato del demonio que por su mujer y su futuro hijo. Se estaba haciendo de noche y ya me costaba bastante estar sentada cuando venían las contracciones. Respirar profundo no hacía ninguna diferencia, y no había posición en la que estuviera cómoda, pero todavía estaba relativamente de buen humor. Sorprendentemente no estaba asustada por lo que vendría.

Un buen rato más tarde llegó el Remis, agarramos el bolso que ya teníamos preparado y bajamos. La primer parte del viaje fue tranquila. El remisero empezó a contar de las veces que llevó a su mujer a la clínica cuando nacieron sus hijos, él y G. bromeaban y me decían cosas y al principio yo también me reía... pero a mitad del viaje las contracciones empezaron a ponerse tan dolorosas que ya nada me hacía gracia. En cuanto venía levantaba la cola del asiento y sentía que el huesito dulce se me partía a la mitad, hacía tanto esfuerzo para tolerar el dolor que apenas podía respirar...
-Bueno...¡ya basssssta de bromas! -dije mientras dejaba sordo al pobre remisero a fuerza de -lacoooonchadelaloooooraaaaaaa-
 Finalmente llegamos a la maldita clínica cerca de las 22.00, y mientras G. y el remisero insistían en ir a buscar una silla de ruedas para que yo no caminara... yo salí y empecé a caminar hacia la puerta. No pensaba ir a parir a mi hijo en una silla de ruedas como si fuera una lisiada y por otro lado como lo que me dolía el c... con las contracciones... la sola idea de estar sentada me parecía una pesadilla!